La advertencia es rotunda y llega pronto: la noche en el desierto: dos mares a contracara. A partir de ahí, como sucedió a aquel rey abandonado en el atroz laberinto sin paredes de las arenas, Mikhail Carbajal nos conduce a la desolación igualmente atroz de una idea que, aunque toma variadas formas de poema a poema, es en esencia la misma del principio: la existencia desemboca inexorablemente en las vastas noches del olvido, la disolución, la nada; el único destino cierto son las aguas indiferentes e innúmeras del mar, la noche o la arena. ¿Qué habrá escrito Jesús sobre el antiguo polvo? ¿Qué quienes desde antes que él y hasta ahora hemos pasado por sobre ese mismo elemento, cifra del unánime destino de las cosas? Acaso la misma idea, escrita y borrada una y otra vez: lo único cierto es el desierto. El desierto siempre tendrá la última, callada palabra.
La advertencia es rotunda y llega pronto: la noche en el desierto: dos mares a contracara. A partir de ahí, como sucedió a aquel rey abandonado en el atroz laberinto sin paredes de las arenas, Mikhail Carbajal nos conduce a la desolación igualmente atroz de una idea que, aunque toma variadas formas de poema a poema, es en esencia la misma del principio: la existencia desemboca inexorablemente en las vastas noches del olvido, la disolución, la nada; el único destino cierto son las aguas indiferentes e innúmeras del mar, la noche o la arena. ¿Qué habrá escrito Jesús sobre el antiguo polvo? ¿Qué quienes desde antes que él y hasta ahora hemos pasado por sobre ese mismo elemento, cifra del unánime destino de las cosas? Acaso la misma idea, escrita y borrada una y otra vez: lo único cierto es el desierto. El desierto siempre tendrá la última, callada palabra.