La poesía, siempre física, de Rosabetty Muñoz cruza límites dolorosos en este libro, donde la materia es el propio cuerpo –cuerpo poético y animal, sujeto de escarnio y de placer– desde sí mismo atacado por todas las corrupciones y, sin embargo, poblado de imágenes y deseos: no menos, sino que todavía más, voraz. Y en tanto, como última verdad, una miseria física avanza incluso sobre lo inmaterial: “Una piel escamada anuncia/ la descomposición de todo, hasta la fe”, socavando, desalojando los sitios posibles, “la minucia presente”, la simple felicidad, el cortísimo trecho de la vida, ante un paisaje sordo.
La poesía, siempre física, de Rosabetty Muñoz cruza límites dolorosos en este libro, donde la materia es el propio cuerpo –cuerpo poético y animal, sujeto de escarnio y de placer– desde sí mismo atacado por todas las corrupciones y, sin embargo, poblado de imágenes y deseos: no menos, sino que todavía más, voraz. Y en tanto, como última verdad, una miseria física avanza incluso sobre lo inmaterial: “Una piel escamada anuncia/ la descomposición de todo, hasta la fe”, socavando, desalojando los sitios posibles, “la minucia presente”, la simple felicidad, el cortísimo trecho de la vida, ante un paisaje sordo.