La poesía de Karmelo C. Iribarren está teñida de calle y de bar, de amor y soledad, pero sobre todo de noche. Karmelo y su poesía crecieron detrás de una barra, en medio de sus horas de trabajo como camarero, y esa experiencia ha teñido todas sus letras de un aroma a ginebra de garrafa y a madrugada triste. Su poesía traspasa la experiencia para adentrarse en la poesía de lo anodino, de lo descarnado e incluso de la «desexperiencia», de lo que no fue, no se vivió o no se amó.
El amor, ese viejo neón al que aún se le encienden las letras.
La poesía de Karmelo C. Iribarren está teñida de calle y de bar, de amor y soledad, pero sobre todo de noche. Karmelo y su poesía crecieron detrás de una barra, en medio de sus horas de trabajo como camarero, y esa experiencia ha teñido todas sus letras de un aroma a ginebra de garrafa y a madrugada triste. Su poesía traspasa la experiencia para adentrarse en la poesía de lo anodino, de lo descarnado e incluso de la «desexperiencia», de lo que no fue, no se vivió o no se amó.
El amor, ese viejo neón al que aún se le encienden las letras.