Un festival de cine en Corea, unas lánguidas vacaciones en Japón, una residencia de escritores donde surge el ímpetu de conocer China...
Santiago Loza urde en estas crónicas un recorrido que, antes que geográfico o sociológico, es subjetivo. En su oscilación entre la neurosis apocada y la entrega generosa, Pequeña novela de Oriente compone las formas de un mundo que desconcierta y conmueve, que puede ser hermoso o frustrante, pero que siempre deja resquicios para que se filtre la calidez de la luz, para que se aposente.
Con el recurso simple de la autenticidad, estas páginas nos hipnotizan con su sistema de espejos: las palabras que describen lo más ajeno, o lo más lejano son, en definitiva, las que reflejan aquello que nos resulta más íntimo. Terminamos rendidos dentro de un espacio que, de modo impensado, se ha vuelto propio a la vez que extraño. Como le ocurre al propio Loza, nos dejamos ganar por un “deseo irrefrenable de Oriente”.