Pisé una mantis religiosa, una santateresita, como la llamábamos de niños. Lo hice sin darme cuenta, claro. No es forma de empezar a contar, pero de algún sitio hay que tirar, de algún hilo. Así empieza esta historia a la que se vuelve una y otra vez como quien se acaricia la cicatriz de una herida. Habla de duelos, cuchillos en los armarios, internados de posguerra y fracturas para las que no hay sindactilia posible. Habla también del momento exacto en que se deja de ser hijo, el cuidado de los padres, y el humor y la escritura como salvación. Y sobre todo es un elogio de la ficción, el hilo con el que se tejen la realidad y la memoria.
Pisé una mantis religiosa, una santateresita, como la llamábamos de niños. Lo hice sin darme cuenta, claro. No es forma de empezar a contar, pero de algún sitio hay que tirar, de algún hilo. Así empieza esta historia a la que se vuelve una y otra vez como quien se acaricia la cicatriz de una herida. Habla de duelos, cuchillos en los armarios, internados de posguerra y fracturas para las que no hay sindactilia posible. Habla también del momento exacto en que se deja de ser hijo, el cuidado de los padres, y el humor y la escritura como salvación. Y sobre todo es un elogio de la ficción, el hilo con el que se tejen la realidad y la memoria.